sábado, 28 de febrero de 2015

Elogio del yo

El "efecto Podemos" se deja sentir en la política, claro, en el miedo de unos y otros a ser engullidos o radicalizados; pero también en otros ámbitos: los de Pablo Iglesias hablan del "pueblo" y han vuelto a poner de moda lo de referirse a uno mismo como parte de un todo. Veamos.

A lo largo de los siglos la batalla entre el "yo" y el "nosotros" ha ido acompañando al hombre y a las sociedades. El primero hombre sobre la tierra buscaba su supervivencia, que es quizá el rasgo más humano de todos. Poco a poco ese hombre, que también es social según manda el orden natural, fue creando tribus, y luego pueblos y, unos cuantos siglos después, ciudades que había que gobernar. Entonces se hicieron leyes que sustituyeran al garrote y los pueblos empezaron a ser conceptos cuantificables. Por no ser demasiado tedioso aceptemos que estamos ya en plena revolución industrial, a caballo entre el siglo XVIII y el XIX. El hombre se va deshaciendo del yugo del Rey absoluto y va siendo consciente del valor monetario de su trabajo. Tanto fue consciente que, años después, un señor que dio nombre una ideología, vaticinó lo del capital asesino: el comunismo surge como filosofía de salvación para los colectivos esclavizados. Pero el siglo XX trae la Coca Cola, el Mc Donalds y consolida a los economistas de libre mercado: el capitalismo se moderniza y provoca felicidad inmediata y,puede, egoísmo colectivo. Otra vez el colectivo.

Después de pedir perdón a historiadores, economistas y filósofos por haber sintetizado en un párrafo siglos y siglos de humanidad, me atrevo a afirmar: el concepto de pueblo es una mentira. Sólo las sociedades que buscan, en primer lugar, la felicidad de cada individuo, están llamadas a prosperar.

Pablo Iglesias, y antes que él tantos otros, eliminan la individualidad al hablar de los derechos del pueblo. Y mienten: un pueblo no puede tener derechos porque estos son atribuibles únicamente a una persona física capaz de ejercerlos. España no puede tener derecho al voto, lo tienen cada uno de sus ciudadanos. Y es precisamente el concepto de ciudadanos el que nos convierte en hombres libres. En el fondo, el discurso de PODEMOS se parece mucho al de los nacionalistas. Cuando Artur Mas habla de los derechos del pueblo catalán lo que hace es asignar el tramposo concepto de "derecho a decidir" a ese difuso concepto de colectividad que representa "el pueblo catalán". Y los derechos, habrá que repetirlo, no son de los pueblos, son de las personas, de cada una de ellas.

Por eso hay que elogiar el yo, asumiendo el riesgo de que los voceros demagogos nos acusen de egoístas, neoliberales o a saber qué insulto nacido de una Facultad de Políticas repleta de niños de papá  o hijos de la Movida. En el respeto al yo nacen las sociedades libres; lo otro sólo genera dictaduras.

viernes, 6 de febrero de 2015

Justificación


Cantó Bunbury que sus brazos serían cuerdas al bailar este vals: una canción puede emocionar pero no debe dejar indiferente. También un libro, con sus páginas de principios y finales, como Mortal y Rosa, debe provocar lágrimas o enfados o sonrisas. Claro que una película, de Billy Wilder, por ejemplo, debe hacernos reflexionar sobre lo que somos o, al menos, divertirnos. Y la política o, mejor dicho, el sano debate de las ideas en la plaza pública, debe ser también un arma para el cambio. Y todo debe pasar mientras nosotros pasamos, para no estar de paso, para demostrar que nuestros brazos deben ser cuerdas que aten la vida a nuestro alrededor al bailar este vals.