domingo, 1 de marzo de 2015

Standby

Después de tanto tiempo, el que voy consumiendo lo paso en espera. Siempre se espera algo. Durante mucho tiempo yo esperé lo que jamás va a volver. Y fracasé, y recopilé todas las cenizas de mi cuerpo. Juntitas ellas, revueltas andan todavía entre las cenizas de mi propio entierro. El día que morí me di cuenta de que había vuelto a nacer. Tenía otra cara, otros ojos, otro cuerpo en definitiva. No había ya rimas en mi día a día y ni siquiera podía respirar sin dificutad. Pero, a fin de cuentas, había vuelto a nacer. Volví a la vida el día que dejé de esperar. 

De ese standby me quedan un puñado de lágrimas con nombre propio. Primero fue su nombre, luego el de él. Y ahora, meses después, ya no busco esas lágrimas porque deben estar disecadas en el cajón del olvido, donde guardo todas las fotos del ayer, todos los besos que me dieron y cada una de las promesas incumplidas. Reirá con otras mentiras, dice la canción que le pone banda sonora a ese sucio cajón, embadurnado de poesía y falsedades.
 
De ese standby me queda aquél invierno que me negaba a cerrar. Ya está de vacaciones porque el tiempo ha pasado y este año tampoco me ha tocado la lotería. Un regalo menos. Me cansé de esperar lo que nunca iba a regresar. Y ahora, postadata de este tiempo de espera, me queda Kutxi: después de pasar la noche en tu agujero, salgo del portal y todo me importa un bledo. No es que me haya convertido en un abanico que violenta el aire a base de manotazos. Ese no es el cambio, en eso no consiste el cambio. Pero hacía frío en ese extraño piso. Atocha. Siete y media de la mañana. Ya sabéis...

Todo me importa un bledo porque no tengo a nadie que me importe más de lo que me importo yo mismo. Egoismo. Certeza. Me cago en la puta que cantó Robe y en aquella canción de Pau que me llamó amigo ... y ahora salir, y ahora beber, y ahora el rollo de siempre, que es esta vida llena de perros en la que tratamos de encontrar una luna que nos ponga el camino plateadito y enderezado. Mientras no haya una almohada conocida, no habrá una nueva vida, y si un contínuo standby, aunque ya no tenga nombre propio. Que no lo tiene.

Ya no espero que todo cambie. Voy a hacer un ambor de mis escrotos, aunque a mi me dejaran muchas fotos. Yo no espero que aparezca la varita mágica, ni esa preciosa chica de la barra de bar, la que me guiñaba un ojo mientras le cobraba sus servicios al feto de turno. Clavado en cualquier antro, la vida sigue pasando y no veo ninguna princesa disfrazada de persona. Puta es un nombre propio.

Ya he dejado de esperar y creo que esto sucedió el día que dejé de odiar. Me di cuenta de que todas las sábanas no son de colores y que algunas de ellas huelen a levedad. Si a juego entrecruzado de piernas y salibas le quitas el te quiero siempre te queda el quiero. Pongámosle postdata a ese quiero: quiero perderme entre tus manos desconocidas y que te bajes hasta el impúdico urinario y quiero que mañana recuerdes cómo me llamo y que me digas guille, no quiero que te vayas. Pero tú quieres irte porque hace frío y, principalmente porque no tienes ya ningún motivo para quedarte. Quiero que esta noche no sea especial y que ningún moralista me desprecie. Y si lo hace, que le parta los dientes la vida, que nunca ha sido herido el que no entiende al peregrino y no hay viajer más sabio que el nómada.

 Diciembre de 2006
 
 

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